La respuesta no es tan sencilla y directa. Está comprobado que el sol tiene un alto poder germicida, pudiendo incluso matar algunos virus expuestos durante un tiempo determinado. Los ambientes que reciben radiación solar durante unas horas tienen menos humedad y previenen la proliferación de hongos y bacterias. La responsable de todo esto es la radiación ultravioleta. Además de la luz visible que podemos ver con nuestros ojos, la luz ultravioleta (UV) tiene una frecuencia de luz más alta. De ahí viene su nombre, porque el violeta es el color que el ojo humano puede ver con más frecuencia, y en el espectro electromagnético, se encuentra entre la luz visible y los rayos X.
Saint Peter House / Proyecto Cafeína + Estudio Tecalli. Image © Patrick Lopez
La luz UVC, por otro lado, no se encuentra naturalmente en la Tierra, ya que es completamente absorbida por la capa de ozono. La radiación UVC es la porción más energética del espectro de radiación UV. Es particularmente eficaz para destruir material genético, ya sea en humanos o partículas virales, con propiedades bactericidas. Por esta razón se aplica ampliamente en la esterilización de materiales quirúrgicos, y en procesos de tratamiento del agua y del aire. Esta desinfección se realiza mediante lámparas especiales de tinte azulado, bañando de luz el ambiente y eliminando gran parte de los microorganismos presentes.
Quién descubrió los efectos de este tipo de radiación fue el médico y científico Niels Ryberg Finsen, quién además recibió el Premio Nobel de Medicina en 1904 por utilizar rayos ultravioleta para tratar infecciones y enfermedades bacterianas.
Durante el año 2020, se lanzaron al mercado una serie de lámparas germicidas UVC para esterilizar ambientes, incluidas algunas versiones domésticas. Así, la tecnología, que hasta hace poco era exclusiva de los espacios hospitalarios, se ha extendido hacia nuevos usos. Existen opciones más robustas y otras portátiles, que conviene utilizar con mucho cuidado y siguiendo los estándares del fabricante. Esto se debe a que la radiación puede ser extremadamente agresiva para los seres humanos, animales y plantas, ya que su luz interfiere con las células, provocando mutaciones y desencadenando enfermedades mucho más graves. Por lo tanto, al usar este tipo de luminarias, la habitación debe estar completamente vacía. El Metro de Nueva York ha utilizado esta tecnología para limpiar sus vagones, así como también algunas compañías aéreas y lugares con mucho tráfico y poca ventilación, potencialmente peligrosos para la propagación de enfermedades.
En relación al Coronavirus, la FDA (Food and Drug Administration, agencia federal del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos) asegura que la luz ultravioleta actúa para destruir rápidamente el recubrimiento proteico externo del virus, eliminando luego su eficacia. Este artículo científico detalla los experimentos realizados y señala que la destrucción de esta capa externa termina inactivando el virus.
Sin embargo, aunque la tecnología UCV es conocida y ampliamente utilizada, solo permite eliminar el virus de su circulación en el medio ambiente y sus superficies. La principal forma de transmisión del virus sigue siendo a través del contacto cercano con una persona enferma, a través de las gotitas respiratorias emitidas al toser, estornudar o hablar. Pero la tecnología puede ser extremadamente eficaz para prevenir la propagación de microorganismos no deseados en espacios físicos u objetos determinados, que pueden causar enfermedades e incluso dañar materiales y estructuras.
Esto nos lleva a algunas interrogantes: es innegable que el mundo ha cambiado con la reciente pandemia, y las preocupaciones que eran propias de los ambientes hospitalarios y laboratorios han comenzado a abarcar otro tipo de espacios. ¿Será que, a medida que desarrollemos tecnologías más seguras, los arquitectos podrán incluso especificar ciertos niveles de radiación para ayudar a crear espacios más saludables en el futuro?
Escrito por Eduardo Souza | Traducido por José Tomás Franco